domingo, 17 de julio de 2011

Diálogo social: entre la crisis y el lobby


El diálogo social es una forma de poder sindical. Es decir, de poder contractual de las organizaciones de trabajadores y trabajadoras. Sin diálogo social, también se hacen normas, sólo que sin poder condicionarlas. Sin ámbito deliberativo, transaccionable. En definitiva, sin espacio para poder plantear propuesta. Y no me refiero a exponer o gritar esa propuesta, sino a ejercerla. Matizada si se quiere, como es el resultado de cualquier negociación, pero útil, realizable.

En tiempos en los que lo posible se pretende imponer como consecuencia fatal del contexto, este ámbito de confrontación con voluntad de terminar en pacto es sin duda, importante. En este sentido me parece, sin duda, una institución a reivindicar por el movimiento sindical.

Sin embargo el diálogo social está tocado. No puede negarse que el hecho de que la mayor parte de las reformas que están reconfigurando nuestro armazón legal en el plano laboral, se haga sin acuerdos, es un problema. Un problema de eficacia de las reformas, como el tiempo está poniendo de manifiesto, de desequilibrio en las mismas, pero también de vigencia del propio marco de diálogo social. Atravesamos en un momento histórico donde el propio poder real de las instituciones, de los Estados, aparece profundamente condicionado por los llamados mercados. Sería ingenuo pensar que una herramienta de mejora cualitativa de ese poder democrático no sufriese una crisis de operatividad y quizás de legitimación.

Las instituciones de participación sociolaboral aparecen menos útiles cuando más necesarias son. No es ajena a esta situación la actitud que las organizaciones empresariales (o parte sustancial de éstas) han tenido en los últimos procesos de negociación, especialmente el referido a la negociación colectiva. Es más que probable que un sector patronal muy influyente entienda que es momento de que palidezcan los ámbitos de discusión tripartitos o bipartitos entre representantes de la ciudadanía, de los empresarios y de los trabajadores. Prefieren actuar como grupo de presión exclusivo que en espacios compartidos.
Además, en este momento de cuestionamiento de la propia institucionalidad vigente, las organizaciones sindicales podemos estar sufriendo una especie de desgaste de imagen por inducción. Si las instituciones se perciben lejanas, los gobiernos ejercen al dictado de exigencias externas, ademocráticas… se puede preguntar cabalmente ¿qué sentido tienen espacios de discusión que condicionen esas políticas si quién las ejerce no es autónomo, porque no puede o porque no quiere?

En Euskadi hemos conocido ese discurso promovido especialmente desde instancias sindicales y con complicidades en las Administraciones Públicas. Sólo en los dos últimos años, hemos podido ejercer una especie de prueba piloto sobre el recorrido de un marco de diálogo social en el país. En las peores condiciones de crisis, deficiencia competencial, acoso externo… El resultado es evidentemente limitado pero meritorio. Tiene un valor principal que es abrir la posibilidad de la discusión y del trabajo en común entre distintos e incluso entre enfrentados. Algunas medidas concretas y sobre todo, el grado de participación en la decisión sobre las políticas activas de empleo en Euskadi son hitos relevantes.

Por otro lado, el “frente del no” promovido por la DSV (Demagogia Sindical Vasca) tiene más que ver con otras cosas. Una apuesta política por deslegitimar el autogobierno vasco por un lado; un esquema que pretende una relación exclusiva, excluyente y entre bambalinas entre quien ejerce de sol en esa galaxia de la DSV y las instituciones, por otro. El resto de los planetas, satélites y estrellas fugaces ahí andan, girando en movimientos de traslación, de rotación… o los dos a la vez.

Pero más allá de nuestras especificidades, no cabe duda de que el marco del diálogo social, tan ligado al modelo de estado social impulsado en la segunda mitad del siglo XX, los consensos que se forjaron en torno a las políticas keynesianas y el desarrollo de ámbitos públicos que generasen cohesión social y externalidades positivas al propio sistema, está cuestionado. Por tanto, debemos repensar en él. No creo que sea inteligente pretender enterrarlo para soltar lastre de “institucionalidad sindical”.

No hay alternativa. Si el sindicalismo abandona poder contractual donde lo tiene, por más tocado que esté el modelo, estará en peores condiciones de ganarlo en los ámbitos, formatos o espacios que puedan venir o podamos ganar. La reflexión debe ir encaminada hacia como hacerlo compatible con un sindicalismo de proximidad a la gente; como un elemento central pero no único en la capacidad de la sociedad de influir democráticamente en el gobierno de lo común. ¿Por qué no un diálogo social abierto y relacionado con otras iniciativas de carácter social con la que tengamos puntos en común? Trabar alianzas, lobby social a fin de cuentas.

martes, 12 de julio de 2011

La prima de riesgo y Europa; del ying y el yang al protestantismo

La filosofía oriental alumbró el concepto del Ying y el Yang que ha trascendido como fundamento conceptual de la dualidad. Cada idea o cada ser tienen un complemento del que depende su existencia. Aunque parezca una excentricidad, el proceso de construcción de Europa tiene algo de esto.

Lo digo por la peligrosa pendiente por la que la crisis económica está empujando este invento económico y poco político que es la UE. En algunas interpretaciones que se dan en países centrales de Europa (o al menos en segmentos políticos y sociales) esta crisis pone de relieve las distintas velocidades del continente, que explican buena parte de lo que está ocurriendo. Típicos lugares comunes sobre el industrioso norte y el dadivoso sur. La cigarra y la hormiga.

Esta construcción político-moral envuelve bien la conveniencia de no avanzar en un fortalecimiento de Europa como proyecto político que vaya más allá de crear un espacio económico común, una moneda única y una política monetaria destinada a controlar la inflación. Por supuesto también de la extrema dureza de los planes de ajuste, presentados como una especie de saldo de cuentas con tintes de justicia casi bíblica.

Por el contrario, creo que la construcción Europea tuvo mucho más de esquema dual y complementario de lo que se quiere hacer creer. El dibujo circular del Ying y el Yang algo tienen que ver con lo que ha pasado en el histórico proceso de construcción de un marco jurídico-político y económico de una realidad realmente tan diversa.

Sintetizando mucho y probablemente con un trazo imprudentemente grueso: La capacidad enorme de exportación de Alemania y su envidiable balanza comercial requirió de una mejor capacidad importadora del resto de Europa. Rotos los esquemas arancelarios tiempo atrás y deglutiendo la unificación de la extinta RDA, acordaron un proceso de moderación comparativa de su demanda interna que a la vez de mejorar aún más su potencial exportador, generó un enorme excedente de capital.

Fue esa doble circunstancia (necesidad de expandir sus exportaciones y acumulación de capital) la que unida a las políticas de bajos tipos del BCE promovieron el enorme endeudamiento privado en los países periféricos de Europa.

En efecto, en lugares como España las burbujas crediticias pasaron de ser el aceite del motor de la economía real a uno de sus principales combustibles. Vinculadas a estrategias agresivas de alto riesgo por parte de las entidades financieras y a un bien en continúa y suicida revalorización como la vivienda, completaban un círculo que para algunos se presentó como virtuoso.

Es decir, que estamos ante un escenario de responsabilidades compartidas, porque los riesgos eran compartidos. Las políticas de suelo, de fiscalidad respecto a la vivienda, de endeudamiento de bancos y cajas, y de ahí a personas y empresas generan unos efectos. Sustentados, eso sí, en los prestamistas que a su vez no valoraron adecuadamente los riesgos, o haciéndolo prefirieron impulsarlos. Sus buenos retornos financieros y su meritoria capacidad exportadora que se vieron ampliamente retribuidos, son el alter ego del espejismo de riqueza mediterráneo y de otros países.

Los planes de ajuste, la política de las agencias de calificación, los rescates… están priorizando salvaguardar los intereses de la Unión de Acreedores, por encima de la propia capacidad de crecimiento de los países en peor situación. La llamada consolidación fiscal incide en la reducción del gasto público, social y de inversión, rompe consensos sociales. Muy mal camino.

¿Se acabaron las complementariedades de la expansión? ¿Toca moral calvinista en la depresión? Al menos hasta que los que cobran piensen que pueden apretar y (supongo) que no ahogar. En el camino van a debilitar Europa y su legitimidad. Incluso ya está ocurriendo con los propios estados que se perciben como incapaces de ser algo más que cobradores del frac de los acreedores y disciplinadores de deudores.

O se cambia el esquema de prioridades, o se crea una Unión de Deudores que se plante o vienen tiempos oscuros. Porque en nuestra vieja Europa no siempre aquilataron bien donde estaban los límites, y las consecuencias fueron desastrosas.

martes, 5 de julio de 2011

Lo llaman subvención... y no lo es


Hace unos días tuve una pequeña controversia en Facebook a propósito de un artículo tramposo sobre los millones de euros que (decían) se habían concedido a los sindicatos en concepto de subvención. En ella se nos acusaba a CC.OO. y otras organizaciones, de “financiarnos” con los fondos de formación que se gestionan desde Hobetuz (Fundación Vasca para la Formación Profesional Continua). 

Creo que sería bueno aclarar conceptos al respecto. 

En primer lugar, es una inexactitud absoluta hablar de los 2 millones de euros para la formación como una subvención sindical. Los fondos son una transferencia de la Administración Pública (en este caso el Gobierno Vasco) a Hobetuz, una fundación tripartita (Gobierno, Patronal y Sindicatos) para gestionar esos fondos.

Lo que hace CC.OO. de Euskadi es presentar planes de formación que se aprueban o no, en función de una valoración técnica que realiza Hobetuz. Una vez aprobados los planes, esos fondos (en un primer momento el 60%) se ingresan en una cuenta ESPECÍFICA para este tema.

FOREM, la Fundación que gestiona el 100% de ese plan va emitiendo facturas según se desarrolla el mismo, que se van liquidando de esa cuenta. Al final del plazo de ejecución de las acciones formativas se presenta toda la justificación de lo realizado a Hobetuz y se realiza la liquidación final en base a lo justificado y ejecutado.

No hay truco ni puede haberlo. Los fondos sólo salen de esa cuenta para pagar los gastos vinculados al las acciones formativas, y nada más. Si algo se quedara sin realizar (por ejemplo un curso en el que dejan de venir algunos alumnos) lo no ejecutado se devuelve necesariamente a HOBETUZ.

Durante la realización del curso HOBETUZ realiza inspecciones in situ, comprobando que todo va según lo previsto. Y todo, es todo: alumnos, materiales, aula, profesorado…

También realiza inspecciones documentales de carácter económico. Esto no son palabras. En la convocatoria de 2.010 se llevan realizadas casi 600 visitas in situ y casi 400 inspecciones documentales. Asimismo se realizan encuestas y llamadas telefónicas entre 4.000 personas participantes en los cursos para comprobar su realización y su calidad.

A su vez HOBETUZ está obligada a una auditoría anual externa de cuentas y gestión y sometido a controles de Organismos del Servicio de Empleo Estatal (no teníamos entonces la transferencia) Intervención General del Estado, Fondo Social Europeo, OCE del Gobierno Vasco y Tribunal de cuentas.

Es decir:

• Estamos hablando de unos recursos finalistas sometidos a un control exhaustivo, como no puede ser de otra manera. No hay ninguna subvención sindical.

• Estamos hablando de justificaciones documentales hasta el último céntimo. El sindicato no tiene ni un euro de retorno. Los fondos mientras están en la cuenta no tienen salidas y entradas más que para pagar los cursos. Eso es comprobable.

sábado, 2 de julio de 2011

Sindicato, 15-M, negociación colectiva

Como cualquier eclosión social de relevancia las causas que han generado el llamado movimiento del 15-M serán variadas y en algunos casos discutibles. Parece claro que las altas tasas de desempleo, sobre todo juvenil y la falta de perspectiva de que esta situación vaya a cambiar en un plazo medio es una, y seguramente la más relevante. Otras pueden ser la percepción de lo particularmente injusto de una situación generada en los ámbitos financieros y vinculados a prácticas especulativas; y de forma especial la incapacidad de la política (dicho en genérico y en términos de uso social) para erigirse en regulador de esos marcos y mercados. La sensación (bien fundamentada, sea dicho de paso) de que se ha consolidado una falla entre la actuación económica de unos poderes que se presentan ocultos y a los que el poder democrático es incapaz de exigir responsabilidades y regular sobre qué se puede hacer y cómo se puede hacerlo. Más bien al contrario son tales poderes los que a través de determinados mecanismos están dictando las políticas.

Esto ha podido poner encima de la mesa la falta de vínculo entre generaciones nacidas y/o socializadas tras la restauración democrática, que han vivido pero no han sentido la “epopeya” de la transición, y el andamiaje institucional que se derivó de ésta. Buena parte del movimiento del 15-M sitúa en esa ajenidad ante “lo establecido” a las propias instituciones, a los partidos políticos, a los sindicatos y en general a cualquier forma de delegación representativa. Esto merecerá la opinión que merezca, pero forma parte de una especie de decepción colectiva detonada en la coyuntura de crisis, pero larvada en los largos años de relajamiento en la responsabilidad sociopolítica incrustada en la mayor parte de la población.

El sindicalismo no quiere ni puede permanecer a su vez ajeno a los retos que este relato nos plantea. Podríamos correr el riesgo de hacer una lectura precipitada de lo sucedido en este último mes y medio, y lo que ello diagnostica. Esa precipitación nos podría llevar a pensar que debemos alejarnos de los espacios institucionales para poder aparecer como referencia más cómoda para este movimiento y lo que en el futuro signifique. Creo que sería un error y una búsqueda superficial de respuestas simples a preguntas más complejas. Lo que debemos hacer, eso sí, es mucha pedagogía sobre la importancia de que el sindicalismo consolide un poder contractual ante las instituciones. En un momento particularmente delicado, pues es la propia efectividad de la acción de gobierno en sus costuras institucionales actuales asimétricas respecto al poder económico, lo que está en cuestión. Y es obvio que si la “gran gobernanza” está en el disparadero, lo estarán los elementos de participación social que adosada a ella hemos sido capaces de conquistar.

Pero más importante que pedagogía es repensar algunos elementos claves de la acción sindical para buscar un modelo más inclusivo en las cosas que hacemos. El sindicalismo ligado a un modelo de relación industrial preferentemente de tipo fordista se entendió ante todo como el modo colectivo de establecer norma laboral insertada en un contrato social más o menos desarrollado según países y contextos, pero bastante simple y explícito.

En la actualidad la norma se ha hecho heterogénea y el contrato social aparece cuestionado de forma cotidiana. La vivencia laboral y como sujeto social de mucha gente se da en un marco cuarteado, precarizado y fragmentado de forma múltiple.

Si por las circunstancias que sean (que serán variadas y de distinta naturaleza) el hecho sindical aparece vinculado únicamente a la defensa de intereses colectivos en empresas de una determinada dimensión, o en lo que Olaverri definió en un reciente artículo como “las inmediaciones del Estado, (el sector público, las contratas con la Administración, los ex monopolios como las finanzas, las eléctricas o la Telefonica)”, el sindicalismo tendrá un problema serio.

Obsérvese que digo si “aparece vinculado”. Los que ejercemos responsabilidades sindicales sabemos que la mayor parte de nuestros recursos están destinados precisamente a atender y tratar de representar a los otros colectivos, a la otra realidad de la economía terciarizada, externalizada, crecientemente mercantilizada.

Desde instancias de interés económico se intentará fortalecer el discurso de los insiders y los outsiders. De los ultra-protegidos (dirán) y los Infra-protegidos (diremos). Es una vieja dialéctica que pretende cuestionar la norma, el derecho, la dimensión económica de la representación sindical en una pugna por la igualación a la baja.

Obviamente no podemos compartir ese esquema. Pero tampoco podemos obviar que esa sensación se da y está extendida. El largo proceso de diálogo previo a la reforma de la negociación colectiva introdujo un debate sumamente interesante. El de sustituir las viejas inercias de la flexibilidad externa (adaptación a los ciclos de demanda a través del ajuste del volumen de trabajo con la conocida secuencia de contratación temporal-despido) por otra de flexibilidad interna pactada. Se trata de que ante los problemas se adopten medidas acordadas de adaptación intentando incluir al conjunto de los potenciales afectados, evitando despidos aún cuando haya que modificar el estándar de trabajo que se viniera desarrollando en la empresa.

Más allá de la referencia al modelo alemán, o a la amplia utilización de Expedientes de Regulación Suspensivo que por ejemplo en Euskadi hemos hecho, creo que el planteamiento sindical tiene una potencialidad enorme. Por el papel que debe otorgase al sindicato, que legitima el mismo y sobre todo, por pasar de la defensa a ultranza de la norma pautada como torre de marfil, a la relativización inclusiva y democrática de la misma. La aproximación sindical a los colectivos más expuestos varía sustancialmente en un modelo y en otro, bajo mi punto de vista.

La indignación está visiblemente en las plazas y en las calles, donde los zapatos de los sindicalistas entre otras y otros dejaron suela, mucha suela. Y la seguirán dejando. Pero la indignación está o estará en las empresas. Y ahí, sin luces, ni cámaras, sólo está el sindicato para decir "que si, que si, que si SE representan".


Artículo Olaverri (El País "Y salieron a la calle")

viernes, 1 de julio de 2011

El muro que anda, o lo pretende...

Llevaba tiempo con una tarea pendiente. Hacer un blog. ¿La finalidad? Por un lado compartir alguna reflexión propia, que casi siempre estará vinculada con el sindicato y el sindicalismo, y no sea estrictamente la que construimos colectivamente desde CC.OO. de Euskadi. Por otro, trasladar alguna de las posiciones sindicales que no encuentren salida en los medios de comunicación y me parezcan relevantes. Por último, tener una herramienta de opinión que insertar en las redes sociales.


La comunicación parece que cambia rápido. Los procesos de socialización y auto-reconocimiento colectivo de la sociedad en general y de la clase trabajadora en particular, son variados y cambiantes.

Las nuevas tecnologías, las redes sociales, Internet… nos posibilita un cauce de un potencial enorme para cuestionar los oligopolios de información y conformación de opinión. Por otro lado, la inmediatez en la información y la horizontalidad relacional en el contraste de opinión ofrece oportunidades y también algún riesgo.

Sin duda el sindicalismo confederal está sufriendo en propias carnes las consecuencias de una brutal campaña de desprestigio poco inocente y nada casual. Se pretende cuestionar la legitimidad de la representación colectiva de los y las trabajadoras.

Todas las manos, todas, son necesarias para dar a conocer y recibir información y opinión de la gente. Para explicar lo que somos, entender mejor lo que se nos demanda. Y porque no, para tratar de huir (no prometo nada…) del tono sacerdotal, trascendente y recargado que suele acompañar el discurso sindical. Veremos…

Transeúntes de la red. Nos vemos. Y nos leemos.